Capítulo 1
A la gente le costaría creer que en realidad el globo terráqueo es el doble de su tamaño actual, que los continentes son más grandes de lo que parecen y que existen más ríos, lagos y mares de los que pueden ver. En esta tierra escondida del resto del mundo viven brujas, magos, hombres lobo, vampiros y muchas otras criaturas. Todos estos seres decidieron, hace ya mucho tiempo, instalar fronteras entre la gente con magia y la gente sin magia. Siempre existieron diferencias entre ellos, pero hubo una época en la que estas desigualdades se agravaron tanto que resolvieron en poner barreras mágicas.
En la época de la primera Inquisición es cuando partieron las tierras, ya que la inquisición era una excusa para matar a estas criaturas mágicas, fueran culpables o inocentes de delitos. Las fronteras que levantaron para dividirlos eran especiales, porque escondían los territorios de la gente mágica. Además de eso, también eran portales en los que si alguien sin magia traspasaba una frontera, este los llevaba al otro lado sin que se dieran cuenta, solo sentían una ráfaga de viento al atravesarlo. De esa manera, escondieron grandes terrenos de nuestros ojos. Y, en estas tierras invisibles para el resto del mundo, hubo conflictos.
Esta historia en concreto es de una de las guerras que han tenido; una de las más importantes, pues incumbe a uno de los territorios más grandes y desconocidos para nosotros, los no mágicos. Estos acontecimientos sucedieron hace unos años, en el reino de Leda, a la que nosotros llamamos Europa, ya que está escondida en el continente.
La Sombra esperaba en el camino de un bosque denso. Era una noche fría y silenciosa de invierno, tan fría que le estaba dejando los pies congelados.
«Tengo que decirle a Esmond que me ayude con el hechizo para que no traspase el frío», pensó. Escuchó caballos en la distancia y se concentró.
Había dos jinetes huyendo de otros cuatro, vestidos de negro y gris con capuchas, que les perseguían sin cesar. Los que intentaban escapar eran un muchacho de unos dieciocho y un hombre de unos sesenta años. El más joven tenía ojos azules, pelo negro y buenas facciones, llevaba ropa de varios días, sucia y rasgada; el otro, que galopaba a su lado, tenía pelo canoso, su cara arrugada por el paso del tiempo y sus ojos verdes, su indumentaria era elegante, con una capa larga que le llegaba a los pies. Llevaban persiguiéndolos un buen rato. Los otros cuatro jinetes se acercaban cada vez más, solo había unos metros de separación. De repente, a lo lejos del camino, pudieron ver a una persona vestida con una capa negra arrastrándole hasta el suelo y una capucha que ocultaba su rostro.
—¡Enoch, ha venido ayuda! ¡No pares! Pasaremos por su lado —anunció el anciano al joven.
Enoch podía ver a esta persona cada vez más cerca, era más pequeña de lo que se había imaginado. Estaba desesperado por llegar al lugar seguro del que le había hablado el hombre mayor. Todavía lejano a ellos, el individuo, en medio del camino extendió los brazos con sus palmas visibles y los dedos encogidos. Se mantuvo quieto y la arenilla empezó a flotar a su alrededor. Estaba haciendo magia. Enoch y Esmond (que así se llamaba el anciano) pasaron por su lado y por medio de todo el polvillo que flotaba en el aire. Los demás jinetes se hallaban a unos metros de distancia. En cuanto el dúo cruzó, escucharon un ruido tremendo, como si algo o alguien hubiera golpeado una pared. El muchacho miró hacia atrás y vio cómo la persona encapuchada estaba frente a una pared rocosa, de unos dos metros de altura y tan ancha como el mismo camino. El muro se vino abajo, sin duda por acción de los que los perseguían.
—A esa persona a la que has visto ahora la llaman La Sombra. Por supuesto, ese no es su verdadero nombre, pero ya te la presentaré cuando lleguemos a nuestro destino —comentó Esmond, sin aliento.
El par de jinetes siguió galopando hacia la ciudad de Riddam, la capital de Leda. Cabalgaron a toda prisa. Unos minutos después, Enoch podía ver las murallas de la ciudad.
«Por fin», pensó. «Ya estoy a salvo».
No dejó de meditar en todo que había sucedido en las dos últimas semanas, parecía la vida de otra persona, pero ahora no se podía distraer, así que se centró en lo que estaba haciendo. Las murallas eran de piedra gris. A lo lejos también podía ver luces que pertenecían a un edificio alto y de gran extensión en el corazón de la ciudad; sin embargo, estaba tan oscuro que el muchacho no podía distinguir qué era. Al ser la capital, él supuso que se trataba del castillo donde el Rey vivía.
Mientras tanto, La Sombra atacaba a los soldados rebeldes. Dos de ellos quedaron inconscientes por el duro golpe contra la pared. La Sombra miró al par restante, que todavía permanecían en sus caballos, dio unos pasos y saltó al caballo del cabalgador más próximo. Estaba detrás del hombre cuando lo tiró al suelo. Echando su espalda hacia atrás, esquivó un hechizo que el otro jinete le mandó. Sus reflejos eran más rápidos que los de su contrincante; sin que él tuviera tiempo para prepararse, La Sombra respondió con una bola azul de magia que le dio en el pecho y se cayó del animal. El soldado al que había tirado antes al suelo ya estaba en pie y se dirigía hacia ella. Murmuró unas palabras: usemi isu, e hizo aparecer un palo en su mano, con el que lo golpeó bastante fuerte en la cara, dándose media vuelta antes de dejarlo inconsciente en el suelo.
Enoch y Esmond llegaron a los establos de una mansión. Unos minutos más tarde llegó La Sombra. Desmontó del caballo, susurró unas palabras al animal y dejó que se fuera, dándole una palmada en el trasero.
—¿Estáis los dos bien? —preguntó, quitándose la capucha.
—Sí, estamos bien gracias a ti. Este es Enoch Absalón, el muchacho al que han estado buscando. Enoch, esta es Jaspe Bryony; su padre es el dueño de esta mansión.
El muchacho se sorprendió de que La Sombra aparentase su misma edad. Era guapa, de larga cabellera azabache y ojos grises; no, no eran grises, vio cómo sus iris cambiaban de gris claro a marrón oscuro en dos segundos.
—¡Eres una vampiresa! —observó Enoch—. Por eso te movías tan rápido.
Jaspe extendió su mano para saludarlo. Entonces aún más sorprendido.
—Pero ¡tu mano está caliente! No lo entiendo —reflexionó en voz alta.
Ella sonreía.
—Soy mitad vampiresa. Soy una híbrida.
—¡Eso es imposible! —exclamó Enoch. Él nunca había oído hablar de alguien que pudiera ser las dos cosas.
—No es imposible. Cuando un vampiro me mordió, le pedí a Esmond que me curara con la Piedra Curandera. Y lo hizo, pero el hecho de ser vampiro no es una herida o enfermedad, por lo que me quedé a mitad de transformación —explicó Jaspe—. Tiene sus ventajas y desventajas.
—Jaspe, muestra a Enoch su habitación, por favor. Voy a informar a los demás de que ya hemos llegado —comunicó Esmond y después se dirigió a su compañero de huida—. Mañana responderemos todas las preguntas que tengas.
Los dos jóvenes salieron de los establos por un pasillo largo y estrecho que tenía retratos en la pared. Él miraba los cuadros al pasar, la mayoría tenían personas de cabello oscuro.
Atravesaron una puerta al final del pasillo.
—Esta es la entrada, la puerta de la izquierda es la que da a la calle y la doble puerta de enfrente conduce al comedor —le informó Jaspe.
Era una entrada grande y decorada con mucho lujo. A la derecha estaban unas escaleras bastante anchas, con una alfombra azul oscura. Al lado de las escaleras había un pasillo que tenía varias puertas y, como en el otro corredor, había retratos colgados de las paredes. Todo estaba decorado de manera opulenta, y no solo en la planta baja, sino en las demás también.
Enoch siguió a Jaspe. Cualquier parte a la que mirara estaba decorada.
La joven abrió una puerta del pasillo de la primera planta.
—Esta es tu habitación. El baño es esa puerta al final del pasillo; hay toallas limpias en él por si quieres asearte. Encontrarás algo comida en la mesa, estoy segura de que tendrás hambre —le indicó su anfitriona—. ¡Que pases una buena noche!
Enoch le dio las gracias y observó el cuarto que le habían preparado para pasar la noche. Tenía papel de pared decorado con diferentes hojas verdes. Como el resto de la casa, todo estaba ornamentado con muchos detalles. Las lámparas de las mesillas de noche tenían forma de hojas. En realidad, toda la habitación tenía decoración de hojas.
Fue hacia la mesa y vio una bandeja con comida. No había probado un bocado decente desde que atacaron su aldea y tuvo que huir. Contempló la comida sin saber por dónde empezar: la fruta, la carne o la sopa que todavía estaba caliente; todo parecía delicioso. Se sentó y empezó a comer. Sabía tan rico como imaginaba. Habiendo comido casi todo lo que estaba en la bandeja y teniendo el estómago lleno, se fue a dormir sin creerse que no tuviera que preocuparse por su seguridad. Al menos por esa noche.
Al despertar, Enoch miró por la ventana y vio el amanecer. Había pasado una buena noche. No se había dado cuenta del cansancio que acumulaba y esa noche durmió del tirón. Eso últimamente era raro. Desde que atacaron su aldea, los recuerdos que tenía de ella en cenizas a las que fue reducida y la brutalidad de los que la habían atacado entraban en sus sueños como una mala pesadilla que le impedía dormir muchas horas.
Se levantó y fue al baño, al final del pasillo. El aseo no se diferenciaba del resto de la mansión en cuanto a pomposidad, además desprendía un agradable olor a rosas. Se sentía raro entre tantas cosas lujosas. La bañera tenía patas de oro, al igual que los grifos. Los muebles relucían de un blanco impecable; la encimera y la pila eran de un precioso mármol a juego.
Mirándose en el espejo, fue consciente de cómo destacaba entre tantas cosas bonitas. Estaba sucio, de vivir en la calle un par semanas.
Primero lavó su ropa en la pila. El agua salió tan negra que la lavó dos veces para que quedara bien limpia. La secó con un sencillo hechizo que sabía y después llenó la bañera, en la que se dio un baño relajante. Se vistió y decidió ir a explorar la mansión. Al salir del baño se fijó en los retratos del pasillo y notó que algunos tenían rasgos parecidos, sin duda eran familia. También observó que todos llevaban joyas, ya fueran perlas u otras piedras preciosas.
Tras bajar las escaleras llegó a la entrada y fue cuando, mientras se preguntaba qué puerta investigar primero, oyó ruidos de lucha que procedían del final del pasillo. Observó que la última puerta estaba abierta, se dirigió hacia allí a toda prisa. Descubrió a Jaspe y a otro vampiro entrenando. La habitación tenía todas las cortinas corridas y la luz venía de las velas que estaban en las lámparas colgantes. Eran muy rápidos, pero Enoch observó que la híbrida recibía más golpes que el contrincante, de todas maneras, pudo comprobar que ambos eran buenos luchadores.
Finalmente, el vampiro acabó venciendo. Ella quedó con su espalda en el suelo y con la mano derecha del adversario en su cuello.
Se levantaron y fue entonces cuando ella percibió a Enoch apoyado en el marco de la puerta.
—Buenos días, ¿cómo has dormido? — saludó Jaspe.
—Mucho mejor que las pasadas noches, la cama es muy cómoda. —La verdad es que no había dormido en una cama desde hacía dos semanas. Había estado durmiendo en las calles de una ciudad cercana a su aldea y haciéndose pasar por vagabundo para que no le encontraran los que los atacaron.
—Este es David Caius, el vampiro más longevo que conozco —le informó, presentándole al vampiro.
—Jaspe, eres muy amable por no decir el más viejo, porque sí soy bastante viejo.
Pero Caius no lo parecía; aparentaba tener de treinta a cuarenta años y apenas se le apreciaban arrugas pronunciadas. Su pelo era castaño, al igual que sus ojos, y tenía pecas en los pómulos. Su cara era fina y su cuerpo poseía unos músculos bien definidos.
—Ven con nosotros, seguramente querrás desayunar —invitó Jaspe.
—Sí —asintió Enoch.
Había perdido un poco de peso en las dos últimas semanas y ahora, que a lo mejor tenía oportunidad, quería ganarlo de nuevo.
La joven fue la primera en salir. Corrió las cortinas de las ventanas del pasillo con un movimiento de las manos y con otro encendió las velas, para no dejar pasar el sol. Se dirigían hacia el salón mientras hablaban, según entró Jaspe en el salón repitió los movimientos del pasillo, privando de la luz solar y dotándolo de una luz tenue.
Caius se dirigió a ella y le agradeció por hacer que la habitación estuviera a oscuras. Esmond y otro hombre se encontraban sentados a la mesa. El hombre que Enoch no conocía tendría unos cuarenta años, ojos negros a juego con el cabello, y su mirada era muy seria.
—Este es mi padre, Constantine Bryony —declaró Jaspe a Enoch.
Todos se sentaron a la mesa, que era de madera bastante robusta y en la que había una gran variedad de comida para el desayuno: cereales, bollería, galletas, fruta y café. Pero Enoch no pensaba en comer o beber nada en ese momento, aunque el olor de bollos recién hechos era tentador, tenía muchas preguntas en mente y esperaba que ellos pudieran responderlas. También vio en la mesa el periódico que anunciaba otro ataque en una ciudad de duarsens. Pero la primera de todas era sobre algo que Jaspe le acababa de decir en el pasillo.
—Jaspe, me acabas de mencionar que conoces a otro duarsen y que os está ayudando a luchar contra este hombre, Ultiscor, ¿no? Pero eso es imposible, mi raza es pacífica, no luchamos nunca —exclamó, sorprendido de que uno de los suyos estuviera luchando.
Fue Esmond quien respondió.
—Zerion Polemios es un duarsen, como tú, y sí, nos está ayudando. La verdad, es un buen luchador y un gran mago. Al igual que te pasó a ti, la gente de Ultiscor destruyó su pueblo. En ese momento él estaba viajando, así que tuvo suerte de no estar allí. Cuando supo lo sucedido, decidió unirse a nosotros. Lo que tú no sabes es que Kenos Ultiscor no es humano, es un duarsen y, por alguna razón que desconocemos, quiere acabar con los de su raza si no se unen a él.
Enoch no podía creer lo que estaba escuchando. La idea de que un duarsen matara a alguien era algo impensable. Desde pequeños les enseñaban que la violencia y las guerras eran inútiles y si aprendían a usar espadas o a cómo luchar, era simplemente como pasatiempo o deporte. Los duarsens no habían tenido ningún tipo de incidente o lucha en siglos y además no eran fácil de matar. Cuando cumplían alrededor de cien años, tenían la opción de duplicarse: tener dos cuerpos y una sola mente; podían vivir hasta trescientos años y solo morían por vejez o si se les hería en el corazón.
—No puedo creerlo —admitió Enoch, pensando que eso no era verdad.
—Sé que es difícil de creer, pero está destruyendo muchos pueblos y ciudades, y tristemente tu raza no se está defendiendo. Sé por qué no creéis en la violencia, por eso estoy reuniendo a toda la gente que puedo para luchar contra Ultiscor y ayudar a tu gente. El propio Rey me ha dado permiso para utilizar cualquier fuerza necesaria. Tenemos una misión especial. Su Majestad está preparando el ejercito por si hay una guerra. Las atrocidades de Ultiscor necesitan ser paradas —explicó Esmond.
—¿Cuántas ciudades y pueblos han destruido? —preguntó el joven, temiendo la respuesta.
—Alrededor de cincuenta, la mayoría del norte y del este de la región de Dinamarca —contestó Esmond con tristeza.
El muchacho se quedó pensando sobre lo que Ultiscor estaba haciendo y lo que le había sucedido a él. De repente, se preguntó cómo sabían ellos que él era un duarsen.
—¿Cómo me encontrasteis? ¿Cómo sabíais que yo era un duarsen?
—¡Ah! Eso fue gracias a mí. Fui yo el vampiro que bebió tu sangre, ¡lo siento mucho! Creía que te había secado completamente —confesó Caius, con cara de remordimiento.
—Lo hiciste, no me quedó una gota de sangre, pero no estaba muerto. Mi cuerpo necesitó un par de minutos para regenerar toda la sangre perdida. Pero, si creías que estaba muerto, ¿cómo sabías que era un duarsen? —inquirió Enoch, molesto.
—Eso lo supe a la mañana siguiente. Cuando estaba en el mercadillo, te vi y estabas perfectamente, como si nada hubiera pasado. Así que volví aquí y se lo dije a Esmond.
—Primero: lo que hiciste estuvo muy mal. No puedes ir por ahí mordiendo a la gente. Segundo: si era por la mañana, ¿cómo es que estabas en la calle? ¿No te quemaste? —se extrañó Enoch.
—Si no recuerdas mal ese día, estaba muy nublado. Era un día tan gris que ningún rayo de sol atravesaba las nubes. ¡Y no sabes lo mucho que lo siento! Hacía siglos que no perdía el control. Cuando estaba luchando contra unos soldados de Ultiscor, me dieron con un hechizo que me hizo perder el control —se justificó el vampiro.
El muchacho reflexionó sobre lo que acababa de escuchar. A David le iba a perdonar, realmente parecía arrepentido. Lo que no podía creer es que alguien de su raza estuviera matando a todos los demás. Se sentía enfadado, triste y un poco decepcionado, pero sobre todo enfadado. Vio cómo mataron a su familia y al resto de la aldea y él no pudo hacer nada. Le habían enseñado desde pequeño que, aunque alguien de otra raza le hiciera algo malo, los tenía que perdonar porque ellos no entendían tan bien como los duarsens, el ser pacíficos o vivir en armonía. No obstante, al pensar que era uno de los suyos el que comandaba destruir su raza, le ardía la sangre. Estaba furioso y no podía hacer nada contra ello. ¿O sí? Como le había dicho Esmond, había otro duarsen ayudándolos. Dos serían mejor que uno, y qué mejor que alguien que sabe de su propia raza para defender a su pueblo e intentar saber qué trucos haría Ultiscor. Él sabía la manera de pensar de su gente, eso sería beneficioso para el grupo. Estaba casi decidido, los duarsens nunca lucharían con armas y no quería que se repitiera lo sucedido en su aldea. Se quería unir a ellos y defender a su gente. Con ese razonamiento en mente, expuso su intención.
—Quiero unirme a vosotros. Sé que mi gente no va a luchar, somos pacíficos y yo tampoco debería, pero no puedo dejar que Ultiscor acabe con mi raza.
—Nosotros te recibimos con los brazos abiertos. Toda ayuda que podamos conseguir es buena —dijo Esmond.
—¿Sabes luchar, o algo de magia? —cuestionó Constantine.
—Soy bueno con la magia, pero no he terminado con mis estudios. Se me da bueno el arco; cazaba animales para que mi familia comiera, y las pieles eran buenas para negociar en las aldeas de alrededor.
—Bueno, no tienes que preocuparte de nada. Jaspe te enseñará a luchar, y Esmond y yo te enseñaremos magia. Espero que tengas buena memoria porque la necesitarás. Estamos casi en tiempo de guerra, así que tendrás que aprender bien y rápido —manifestó Constantine.
—Los duarsens tenemos facilidad para recordar cosas. Entrenamos nuestras mentes desde niños para la separación de nuestro cuerpo, si no nos volveríamos locos. Eso nos da facilidad para aprender rápido —explicó Enoch.
—He vivido bastante tiempo y todavía me sorprende cómo no os volvéis locos —expresó Caius—. Estaremos unos días aquí en la ciudad, así que tendrás tiempo de aprender cosas; haremos un horario intensivo. Esta noche, Esmond y yo iremos a ver al Rey para saber cuáles son nuestras siguientes órdenes, aunque siempre nos dan unos días de descanso. Aprovéchalos y come cuanto puedas, que en el futuro puede escasear la comida.
Enoch asintió con la cabeza y decidió seguir el consejo del vampiro. Empezó a comer, cuando se acordó de un pueblo duarsen.
—¿Sabéis si Terno ha sido destrozada? —preguntó preocupado.
—¿Terno? —repitió Constantine, abriendo el periódico para mirar si era una de las ciudades de la lista—. Sí, hace una semana.
—Los otros cuerpos de mi madre y abuelo estaban allí. ¿Lo puedo coger prestado? —pidió Enoch mirando el periódico.
—Lo siento mucho —dijo el padre de Jaspe, pasándole el diario.
Después de un rato, el muchacho dejó el periódico a un lado. Jaspe se dirigió a él con una voz suave, ojeando la ropa de este. La había limpiado, pero seguía toda rota y desgarrada.
—Después del desayuno te llevo al centro y compramos ropa nueva, la que tienes está horrible. No te importa, ¿no, padre?
—No. Pero no compres armadura, seguramente podremos coger algo prestado del castillo.
—Sí, se lo comentaré al Rey esta noche —aseguró Esmond.
—Tengo que irme a la universidad. Estudia lo que te he dejado, Jaspe —pidió Constantine mientras se levantaba.
—Lo puedo estudiar cuando tú le des tu clase —objetó ella.
—Me encargo yo de Enoch cuando tú no puedas —se ofreció Caius.
—¿En serio? —se sorprendió Jaspe y ella no era la única, también los dos hombres lo estaban, pero Enoch que no entendía por qué se asombraron tanto de lo que dijo.
—No he dicho que vaya a coger a otro aprendiz. Le ensañaré de básico a intermedio —dijo, sin quitarle ojo a Enoch.
—¡Ah! Perfecto. —Jaspe se relajó, y los dos hombres se levantaron de la mesa.
—Voy contigo. A lo mejor esta vez encuentro algo en la biblioteca. —dijo Esmond.
Después de desayunar, Jaspe y Enoch salieron de la casa. Era un día soleado, pero el sol engañaba, porque hacía mucho frío. También había nevado un poco durante la noche, así que había una pequeña capa de nieve en el suelo.
Jaspe se cambió de ropa. Iba bien abrigada, con prendas de invierno. Le gustaba llevar jerséis de lana y botas hasta las rodillas. Como la temperatura era bajo cero, usaba gorro y guantes a juego y unas gafas de sol para evitar el reflejo de la luz solar sobre la nieve. Enoch iba con su ropa, además de con una capa que Jaspe le había dejado y que era de su padre. Estaba sorprendido de lo cálida que era, seguramente tenía un hechizo que mantenía el calor corporal. El joven le preguntó que por qué se ponía las gafas si no tenía debilidad al sol. Ella le explicó la razón.
Se dirigieron hacia el centro de la ciudad, que no estaba muy lejos de la casa de los Bryony. Los edificios eran antiguos, algunos habían sido reconstruidos, pero mantenían la forma original de las edificaciones más viejas. Las calles eran amplias, ya que hacía años necesitaban que dos carruajes pasaran con facilidad; aunque esas vías ahora eran peatonales. El único caballo en la calle era el de un soldado que estaba hablando con otros dos que iban a pie. Las armaduras que llevaban eran ligeras y mostraban el escudo de Leda: un cisne de frente con las alas extendidas hacia arriba. Las calles estaban muy tranquilas, ya que con tanto frío no había mucha gente por la calle. Las cafeterías tenían terrazas con sillas afuera y con mini chimeneas para calentar a los clientes en días gélidos.
La ciudad era bonita. Tenía fuentes y estatuas mitológicas decorando cruces y glorietas. Jaspe le dijo a Enoch de mirar los escaparates de las tiendas antes de entrar, a ver qué estilo de ropa le gustaba. Le aconsejó que pensará que utilizaría la ropa para luchar, así que tenían que ser versátiles. Había muchas tiendas en el centro de la ciudad, algunas muy caras otras no tanto. Enoch se decidió por una tienda que no era muy cara ni muy barata. Entraron a mirar dentro. Le compraron toda la ropa en colores marrones y verdes, para mejor camuflaje. La pieza de ropa más importante que compraron fue un chaleco hecho de coraza de armadillo; a pesar de ser de la coraza del animal, era ligera y flexible. El señor de la tienda les explicó un poco cómo conseguían hacerlas así, con hechizos. Su ánimo había mejorado un poco, Jaspe era una persona alegre y era contagioso. Ya no se sentía tan triste como otros días.
No sabía cómo darle las gracias a su nueva amiga por el dinero que se había gastado. Ella le respondió que estaba contenta de poder ayudar, al menos, a uno de ellos (refiriéndose a los duarsens).
Después de las compras, dieron una vuelta por la ciudad. Jaspe le contaba cosas de la historia, o anécdotas, de la ciudad mientras caminaban. Le mostró dónde había ido al colegio y pasaron por al lado de la universidad donde trabajaba su padre. A la hora de comer, se dirigieron de vuelta a la mansión. Pero antes hicieron una parada en una panadería en la misma calle en la que vivían para coger la comida. Jaspe le comentó que su padre no sabía cocinar y cuando murió su madre, contrató a la panadera para que hiciera la comida de su familia, pidiéndole que añadiera dos raciones más, aunque últimamente eran para más gente.
—Hola, Fiona. ¿Qué tal? —saludó Jaspe al entrar a la tienda.
—¡Hola, Jaspe! No te he visto en un par de días, ¿qué tal estás? Venid a dentro, os doy la comida —dijo una mujer regordeta con pelo corto rojizo. Tendría unos cincuenta años. Mientras entraban a la parte posterior de la tienda la señora seguía hablando. —Hemos empezado a vender botella y barriles pequeños de sangre antes del amanecer. Mi hijo, el mayor, se encarga de ellos; abre la ventana a las cuatro de la mañana y ya tenemos algunos vampiros habituales. ¡Ah! Aquí está. Toma, muchacho, que esto pesa.
Le dio una olla de barro grande a Enoch, que contenía guiso. Este le pasó las bolsas a Jaspe antes de cogerlo.
—Fiona, ya sabes que yo puedo con ello —se quejó la joven.
—No, que lo lleve el chico, para eso es fuerte y es un caballero. ¿Verdad? —dijo, sonriendo a Enoch—. A ti te doy la botella de sangre.
—Gracias —dijo Jaspe.
Se despidieron y salieron de la tienda.
—Lo siento, Enoch. Sabe que puedo llevarlo, no sé por qué hace que lo lleves tú. ¿Pesa?
—No, no pesa. Me hubiera ofrecido de todas maneras. Ya sé que eres más fuerte que yo, pero eso no significa que yo no lo sea también. —la híbrida sonrío y asintió con la cabeza.
Al entrar a la casa Jaspe se detuvo, mirando hacia las escaleras.
—¿Qué pasa? —preguntó el duarsen, preocupado.
—Nada. Siempre escucho antes de entrar a casa, por si hay intrusos. Caius está dormido.
—¿Lo oyes dormir desde aquí? —se sorprendió Enoch del buen oído que tenía.
Enoch había oído que los vampiros tenían buen oído, pero no se imaginaba que pudiesen escuchar desde tan lejos porque nunca había conocido a un vampiro.
—Sí, ronca un poco, pero no se lo digas, no le gusta oírlo —respondió Jaspe riéndose.
—No diré nada —le prometió, con una sonrisa.
Fueron tres para comer; ellos dos y Esmond, que volvió con un par de libros prestados de la biblioteca, pero es como si hubieran sido solo dos ya que Esmond estaba tan sumergido en la lectura que casi no les dijo nada y tan pronto como terminó de comer, volvió a la biblioteca. Enoch ayudó a Jaspe a limpiar después de la comida. Claro, que con magia no tardaron mucho.
La primera sesión de entrenamiento en lucha fue por la tarde. Estaban en la misma habitación en la que entrenaron Caius y Jaspe esa misma mañana. Mientras ella decidía qué armas usar primero, Enoch se fijó más en el cuarto en la que se encontraban. Era de un buen tamaño, no tenía muebles por medio y los que había estaban empotrados. Dentro de estos se escondían toda clase de armas, y muchas más colgadas sobre la pared. De lo que más abundaban eran espadas y hachas. También había un par de retratos grandes de dos hombres posando con armas.
Había una ventana grande, que daba a un patio interior, se podía ver un estanque con una fuente de piedra en medio y todo tipo de plantas y flores alrededor.
—Empezaremos con las espadas —dijo ella con una sonrisa.
Jaspe le enseñó unos movimientos y empezaron a entrenar. Al principio, Enoch podía notar que ella procuraba ser blanda con él, pero cuanto más rato pasaba, más agresiva se volvía. A los quince minutos ya lo había desarmado. Ella lo siguió enseñando diferentes tipos de movimientos.
—No te preocupes. Estoy segura de que aprenderás rápido, además tienes buenos reflejos —lo animó con un cumplido.
—Los duarsens somos casi tan rápidos como los vampiros.
—Lo sé, me he enfrentado a Ultiscor dos veces. Es bastante rápido luchando y muy poderoso con magia.
—¿En serio? ¿Pudiste herirlo?
—¡Qué! ¿Estás loco? Ultiscor es muy poderoso, yo sola no puedo con él. Me puedo enfrentar a él durante un rato, pero luego tengo que irme si no quiero perder mi vida —explicó Jaspe con un tono de decepción en su voz.
—Pero yo he oído historias sobre ti. Cuando estaba en las calles de la ciudad, La Sombra; tú, te enfrentaste a vampiros y hombres lobos sola —expresó Enoch con admiración.
—Sí, pero eso es diferente. Por ejemplo, los hombres lobo por lo general se guían por sus instintos y no piensan mucho, puede haber alguno que sea astuto, pero no suelo tener problemas con ellos. Sin embargo, Ultiscor sabe luchar casi también como Caius, y en magia es tan bueno como Esmond, así que, si me enfrento a él, siempre me aseguro de tener una ruta de escape.
—No sabía que él fuera tan poderoso. ¿Sabéis si tiene uno o dos cuerpos? —preguntó Enoch, imaginándose lo difícil que sería matar dos cuerpos del malvado duarsen.
—Creemos que tiene dos cuerpos, pero nunca los hemos visto a la vez y nunca hemos oído que haya estado en dos sitios al mismo tiempo. Pero, Esmond cree que debe estar ocultando uno de ellos o que solo hace visible uno cada vez. Pero no te preocupes ahora de eso, tenemos que seguir practicando —aconsejó Jaspe, concentrándose en la lección.
Decidió seguir el consejo de Jaspe y no preocuparse mucho. Su objetivo era mejorar en lucha y magia para poder ayudarlos. Así estuvieron entrenando durante dos horas.
Estaban poniendo todo en su sitio cuando alguien llamó a la puerta, aunque esta estuviera abierta. Era un muchacho de unos veintipocos años; su pelo era castaño claro y ojos azul celeste. Sonreía, y aunque su cara parecía gentil, su mirada era fría como el hielo. En cuanto Jaspe lo vio fue hacia él y lo saludó con un beso en la mejilla.
—Hola, Zerion. ¿Cómo estás?
—Bien, gracias. —Este observaba a Enoch con una mirada seria e indiferente.
—Este es Enoch Absalón, el muchacho que rescatamos de los seguidores de Ultiscor. Enoch, este es Zerion Polemios, el otro duarsen que nos está ayudando.
Se dieron la mano y ambas brillaron de un color dorado.
—Practicando con armas, ¿eh? —comentó Zerion—. ¿Estás seguro de que estás preparado para hacer lo que tienes que hacer? La violencia no es parte de nuestra raza.
—Estaré preparado cuando el momento lo requiera. ¿Por qué dudas de mí? Si tú lo has hecho, ¿por qué crees que yo no podré? —lo cuestionó el joven.
—Tú simplemente eres un adolescente y yo, en cambio, ya tengo cincuenta años.
—¡¿Cincuenta!? —exclamó Jaspe, sorprendida—. No los aparentas. ¿Por qué no los aparentas?
—Los duarsen envejecemos a diferentes velocidades —contestó Zerion, habiéndole hecho gracia la reacción de la vampira.
—Eso explica algunas cosas. Ya decía yo que eras demasiado maduro para ser tan joven —murmuró ella.
—Jaspe, tienes que ponerme al día de las últimas noticias y también necesito hablar con Esmond. ¿Lo has visto? —dijo el duarsen, con un tono más serio.
—No está aquí. Salió por la mañana, tenía cosas que hacer. Vamos al salón y te pongo al día. Enoch, vete a la librería, que mi padre ya ha llegado y te está esperando para empezar las lecciones de magia. La librería es la primera puerta a la derecha —informó Jaspe habiendo escuchado a su padre entrar en la mansión.
Zerion se movió para dejar pasar a Jaspe por la puerta, con una sonrisa; pero cuando Enoch fue a cruzar, lo detuvo con el revés de su mano, lo miró fríamente y pasó el primero.
Enoch no se llevó buena impresión de él, parecía muy frío y distante. Pensó que sería un ser más agradable; quizá se había vuelto así por culpa de los ataques. Siempre se lo habían dicho, la violencia cambiaba a los hombres y a las buenas personas.
Al entrar en la librería, Constantine ya estaba allí esperándole sentado en el escritorio, al lado de la ventana. Detrás de él había una estantería empotrada con libros del suelo hasta el techo; las otras paredes tenían tantos libros como aquella. El escritorio era de madera y enfrente había dos sillas con mesitas laterales como la de los institutos. La ventana era grande y seguro que entraba mucha luz en verano, en cambio, en ese momento, era invierno y no entraba demasiada. Constantine le había preparado exámenes prácticos y teóricos para determinar el nivel de magia que tenía. Después de las pruebas, el maestro dijo.
—Tienes bastante potencial, serás un buen mago. Cómo de bueno, dependerá de cuánto te esfuerces. Para alguna gente es bastante fácil hacer magia, como para Jaspe y Esmond. Pero para otros es bastante difícil, como le sucede a Caius. Creo que en un futuro tendrías el potencial de ser tan bueno como mi hija.
—¿Es eso en un futuro cercano? —preguntó Enoch con ansias.
—Eso dependerá de la habilidad y la facilidad que tengas con la magia —aclaró su maestro—. Quiero que tengas este libro siempre contigo. —Le acercó un libro marrón bastante gordo, de tamaño de lectura. La mitad de las páginas se veían amarillentas por el paso del tiempo y la otra mitad eran blancas y nuevas—. Este libro ha pasado unas generaciones en mi familia.
Como ves, también hay páginas nuevas, algunas de esas han sido añadidas por Jaspe, pero la mayoría por mí.
Al terminar la lección fueron al salón para cenar. Jaspe, Caius y Zerion ya estaban sentados a la mesa, cenando. Caius tenía una gran copa de sangre. Enoch se fijó que Jaspe tenía dos vasos: uno de sangre y otro de agua; además comía un filete de ternera muy poco hecho, con verduras, y un Yorkshire pudín. Los dos vampiros tenían los ojos grises y se les veían con facilidad los colmillos. Zerion también cenaba filete; aún quedaban otros tres en una fuente.
—Coge —dijo Jaspe, acercándole la bandeja.
En ese momento entraron Constantine y Esmond hablando en bajo y muy contentos. Lo único que Enoch entendió de su conversación fue «finalmente he encontrado una de ellas», había susurrado Esmond.
—Caius, luego de camino al castillo te cuento lo que he logrado encontrar —anunció Esmond dichosamente.
—Sí, claro, es un gran hallazgo. También dime en qué parte lo descubriste —le pidió Caius, alegre.
—¿Cómo sabes que es un gran hallazgo?
—Te he oído.
—Estábamos susurrando —se alarmó Esmond.
—Tengo buen oído —sonrió el vampiro.
—Caius puede oír todo lo que pasa y decimos en la casa. No hay muchos secretos en esta casa. —le comentó Constantine a Enoch, bromeando.
El muchacho se quedó reflexionando sobre lo que había dicho. El vampiro podía oír todo, y la casa era del tamaño de una mansión. Se empezó a sentir observado. Viendo su cara, Caius lo tranquilizó.
—Enoch, es más por seguridad que por curiosidad. Además, no soy el único que tiene buen oído. —Su mirada se dirigió a Jaspe, quien sonrió mientras comía.
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